jueves, 19 de mayo de 2011

Derrocando el régimen partidista

Me desgasta pensar en las incongruencias sociales, esas que deben resolverse casi por unanimidad, por ser de cierta forma categóricos universales kantianos, que preceden de la razón práctica y también de la pura.
Nos sabemos desilusionados del sistema partidista, lo consideramos una bazofia, un nido de auténticos roedores interesados y de personajes insufribles para la política nacional y aún así...¿Qué hacemos y por qué seguimos entregando sufragios ininteligibles?

Sostenido desde el más puro espectro de la democracia y de su raíz utópica, siempre criticada pero también vanagloriada; ¿No somos nosotros, los ciudadanos dueños de nuestro destino nacional? ¿No somos nosotros, los que decidimos a quién ponemos como representante del pueblo, para el pueblo y por el pueblo? 

Si el término democracia aún alude a su gramema, entonces… ¿Por qué no exigir y consagrar un nuevo formato de representación popular que no tenga que filtrarse en las hediondas aguas de un partido político? ¿Por qué hemos de someternos al interés de la clase política nacional por preservar su “minita de oro” en lugar de apoderarnos de nuestras decisiones y exigir candidaturas ciudadanas?

Somos dóciles, cobardes e insensatos, incongruentes con nuestro pensar y accionar, sólo una voz tenue que manifiesta su inconformidad en palabras y que sumerge la cabeza en el asfalto buscando soluciones dionisíacas al dilema.

Requerimos que las plumas del país no sólo marchen, requerimos que el pueblo se una contra la mafia fáctica que dilapida la sumisa voz que de vez en vez se percibe pero que internamente prende brasas en nuestro corazón.


Levantamos la voz carajo, que este país nos pertenece a todos y no sólo a un esbozo de líderes que no permiten algo tan obvio como necesario, la verdadera y auténtica representación popular.
Requerimos candidatos ciudadanos que no tengan matices tricolores, que no ostenten a partir de un sol o de un yunque, ciudadanos capaces de construir y proponer a través de su propia esencia, comandados por el tenor de la necesidad de un pueblo.

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