martes, 24 de mayo de 2011

Hablando del subterráneo

Rápido, eficiente y decente, comparado con muchos otros sistemas de transporte “underground”en el mundo, el metro de la Ciudad de México es de altísima calidad. La arquitectura y dimensiones espaciales son idóneas, la comodidad de los vagones, egonómicamente hablando es correcta y las señalizaciones son las idóneas para el entendimiento de los pasajeros.

Pero entonces, ¿Qué pasa? ¿Que hace de la experiencia en el metro, un verdadero infierno para los pasajeros?

Si bien es cierto que la infraestructura del denominado metro  de la Ciudad de México es impresionante, sus conexiones entre  líneas son favorables y los trasbordos un hecho plausible; los fenómenos negativos en torno al metro de la Ciudad de México se resumen en la precaria educación que ni se intenta formar por parte de las autoridades, ni se desea asimilar por parte de los pasajeros.

La raíz de todo cuestionamiento en torno al sistema colectivo surge a través de la luz de la educación o en este caso la nula existencia de la misma. No podemos  prescindir de argumentar que la educación es un problema consabido, una falla medular en el Estado Mexicano que sin embargo, debe ser atacado por diferentes flancos  y en diferentes contextos para así  resolver la magna crisis que nos azota.

Bajo dicha perspectiva, cobra relevancia  la educación cívica, esa educación olvidada, postrada en anaqueles de la historia y dilapidada por intereses egocéntricos que el mundo del aquí y ahora demanda a todos nosotros los súbditos partícipes del mismo.


Vagones repletos sin vigilancia que regule la máxima cantidad de pasajeros, poca conciencia ciudadana por evitar  aglomeraciones y por supuesto limitada educación para entrever que en base a empujones no se convive, que ese anhelo de reto y “supervivencia” es en consecuencia una falta de respeto al otro cuando en una estación no se permite salir del vagón antes de entrar al mismo; todas cuestiones básicas que no dependen en lo absoluto de una evolución tecnológica sino una consciencia social mucho más arraigada.

Por supuesto no sólo la educación es factor, sino la permisible delincuencia que pulula gracias a la inoperancia judicial; vendedores  ambulantes que en teoría  no deberían seguir esgrimiendo con su insufrible letanía, o qué tal los energúmenos que haciendo caso omiso del señalamiento de asientos especiales para embarazadas, discapacitados o adultos en plenitud; esbozan cátedra cívica al aposentarse en el asiento prohibido.

Pero, ¿Qué me dicen de los inevitables grafitis en puertas, asientos y ventanas? ¿Qué me platican con respecto al incumplimiento de la misma lógica de saber que en las escaleras unos suben mientras otros bajan, ergo debe respetarse qué lado es para cada acción?

Mientras en nuestra vida no exista un ápice de educación y tengamos que realizar todo en base a coerción, prohibición o designios arbitrarios, nuestra sociedad continuará encaprichada en el individualismo y sentenciada a la ignorancia. 

Haciendo alusión a Martin Luther King, espero ver algún día que no necesitemos dividir vagones según el género, que los pasajeros que esperen un vagón puedan respetar en primera instancia a quien sale del mismo. Aún sueño el día en que la basura sea recogida, que se eviten escupitajos a destajo, que se respete la proxemia y que se procure a los más necesitados.

¿Cuándo dejaré de ver gente mayor, enferma y convaleciente pidiendo unos céntimos en el metro? ¿Cuándo se verá respeto a los discapacitados y la marea humana tendrá conciencia de su masoquismo?

Mientras tanto hemos de vivir usando un transporte subterráneo de altísima calidad en su infraectructura y servicio acompañado por un  infrahumano trato cívico bajo la complacencia de una autoridad  igualmente decadente.

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