domingo, 15 de mayo de 2011

Identidad en espejo roto

No es que ya no existan las guerras ni mucho menos, pero el deporte se ha convertido en canal y desahogo de frustraciones , esos deseos de competencia en un mundo siempre tribal, siempre egoísta y competitivo dentro de la especie humana.

Pero en realidad, si bien el deporte es por lo general una sana convivencia que fomenta la interacción, la comprensión de la otredad y por supuesto contrae beneficios a la salud; el deporte en su espectro comercial y profesional, se ha volcado a ser un artilugio más de la industria cultural, de la preservación del estatus quo y la generación de una identidad  malsana para los humanos.

Tal es el caso del futbol en toda la extensión de la palabra; ese paradigma mexicano de supuesta identificación arraigo y pasión desbordada, inentendible desde la óptica de la razón en muchos casos pero claramente evidenciada desde la perspectiva psicosocial del momento.

Ejemplifiquemos: 

Un hombre de escasos recursos, salario apenas superior al mínimo, que lleva una vida bastante promedio, destina unas 60 horas a la semana entre trabajo, deberes y traslados mundanos, apenas tiene tiempo para descansar y su recreación y aspecto lúdico, así como sus reflexiones, procesos de identificación y efímero tiempo individual provocan que la supuesta panacea futbolística aparezca como dionisiaca ayuda para devolverle una pizca de identidad, de interacción y diversión escueta. Esos tres valores se detonan y potencializan cuando el sujeto se ve atraído irremediablemente por algún color en particular ya sean rayas rojas, playera azul, dorada o amarilla.

Lo que prosigue es un enajenamiento lógico y secuencial, es decir, ese sujeto con apenas tiempo para sí y para construir su propia cosmogonía a partir de su verdadera identidad, prefiere reducir esta última a pertenecer a la identidad de millones más, al depositar y atribuir sus frustraciones, miedos, sensaciones, alegrías, esperanzas y fracasos  a un equipo en particular, sometiéndose entonces no sólo a observar y disfrutar un juego cual sería lo aparentemente lógico y admisible; sino que la necesidad impera en el trasfondo cultural, la esquematización y coerción del estatus quo actual, de la economía y estilos de vida creados que delimitan las opciones y de paso la verdadera identidad de cada individuo.



La violencia por supuesto no es ajena a ello, ya que al momento de entregar tu vida a un símbolo, éste al fracasar termina duplicando el terror, la angustia, frustración y dolor de tu vida rutinaria que has trasladado al juego de futbol  irremediablemente.  Es entonces cuando la  violencia en algunos casos logra presentarse con la saña y fuerza que le caracteriza a un sujeto que ya no se ve frustrado por saber que perdió su equipo, sino por saber que perdió él, sus sueños, aspiraciones y necesidades, se personaliza el escudo, se lleva al límite, se genera una frustración que sobrepasa al deporte mismo y que se integra en las arterias de uno, ya es representante de nuestras entrañas.

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