jueves, 22 de septiembre de 2011

La Tiranía Democrática

Las víctimas no sólo fueron los que votaron por López Obrador, los huérfanos de la democracia no sólo fueron esas huestes “izquierdosas” y “lacerantes”, los aniquilados somos todos; no sólo los designados y resignados “pobres”, también los acaudalados y los clase medieros, los que creímos en la incipiente democracia cuyo nombre es sólo hojarasca de verano, cliché electorero, un siempre anhelo pendenciero… 
 
La infamia del 2006 fue elipsis de tiempo, se obvio la elección como tal, se des contabilizaron votos, es decir desprovisto de significado, el sufragio de cualquier ciudadano mexicano tomó una nueva connotación, el de un artilugio, de un juguete y símil para enarbolar la farsa de la democracia…


Cuando el sufragio pierde valor ante una designación arbitraria, impúdica y deleznable, la democracia muere. Ese sistema cuestionado en ocasiones pero también alabado por su intrínseca justicia y su inherente remisión a la equidad, dista de poder consagrarse en el sistema tripartita hegemónico que conocemos.

Mandoki pudo exhibir las controversias desatadas a partir del fraude que carcomió la identidad de un pueblo en 2006,un pueblo ávido de un cambio sustancial en el rumbo de su desarrollo social, político y económico.


 Dicha historia se repitió como con Manuel Bartlett en 1988 cuando la  izquierda siempre dilapidada por la incursión del neoliberalismo, vio mermada su ascensión al poder con la célebre caída del sistema de votos cuando Cárdenas lideraba las encuestas preliminares. Ahora, en 2006 no fue sólo la derrota del caudillo “rojillo” que buscaba la cúpula del poder para otorgar una nueva perspectiva social al país, sino la derrota de la insignificante democracia que Fox, unos años atrás parecía reivindicar después de más de 70 años de la dictadura perfecta.

Cómo sabemos todos, la historia se repite, se recurre al error, a la premisa falaz, al tropezar con esquemas aparentemente nulificados a priori; en 2006 se exhibe la incapacidad del presidente en turno por apartarse del escenario político del momento, y no interferir con argucias banales en el sufragio del electorado. 

Qué decir de los compadrazgos y nepotismos, cuándo un familiar directo de Felipe Calderón contabilizaba votos y ofrecía estadísticas cercanas que buscaban ayudar al candidato blanquiazul.

No podemos olvidar que en aquél año, las artimañas de Fox sonsacaron a su acérrimo rival, protagonizando una lucha desencarnada por evitar la creciente popularidad de quien osaba escarmentar contra los grandes empresarios, no por argüir en contra de éstos por su innegable importancia en labores económicas y sociales, sino por delimitar el ultraje de estos en la evasión fiscal y hacendaria que han consumado por décadas. El desafuero era necesario pero también martirizó a López Obrador quien a pocos días de la elección mostraba según cifras oficiales, una clara ventaja sobre su más cercano perseguidor, Felipe Calderón Hinojosa.

La democracia se veía fracturada, a unos días de la elección, ninguna de las tantas técnicas ilegales que se usaron contra López Obrador funcionó realmente, ni los spots desacreditadores, la restricción de tiempo al aire en medios o la tenaz y siempre abierta declamación de Vicente Fox contra el populismo del tabasqueño.

Cabe recordar que la incipiente democracia se veía supuestamente respaldada por un órgano superior llamado IFE, el Instituto Federal Electoral cometió un sacrilegio al venderse a los intereses ajenos, denegar la contabilización de votos posterior a la elección y la misma propuesta del sector afectado de repetir las elecciones justo como había sucedido con el gobierno de Piñera en Costa Rica previamente.
La negación fue rotunda por parte del gobierno de Calderón, auspiciada por el poder fáctico del ala triunfal empresarial y por supuesto, el mutis y negada intervención del IFE en cuestiones básicas de transparencia en una elección marginal que tenía todos los argumentos para determinar con lupa y después de varios meses, la validación de la elección consabida.

La inexistencia empírica de la democracia no empata con el silogismo de su teoría más explícita, es decir la ateniense o bien su deformación representativa, ya que a pesar de que el voto se ejerce, tergiversar la decisión individual acomete la falta más grave dentro de un sistema aparentemente democrático cuya utopía es justamente el valor y peso de cada individuo.

Robert Dahl sostiene que en algún punto la democracia pudiera favorecer el nacimiento y consagración del sistema anarco-capitalista donde el gobierno resulta inexistente ante el avasallamiento del poder fáctico que comprende el sector empresarial y desde donde se jacta la nueva legislación corrompiendo los intereses de quienes no son esa minoría selecta, privilegiada y autoritaria que domina el espectro nacional. Sería interesante desmenuzar esto y analizar con calibre la posibilidad de que la elección de 2006 se sostuviera desde este imaginario dónde el neoliberalismo ya ha reducido a través del inmenso  poder de los monopolios, quienes deciden arbitrariamente el rumbo que debe conducir al país entero.
La consecución del fraude de 2006 reitero, no sólo priva de su cargo al legítimo Andrés Manuel López Obrador, sino que devela la tristeza y la frustración de un pueblo quien vive oprimido por intereses ajenos y que incluso cuando sus intereses se hacen notar a través del sufragio mayoritario, éstos ven su elección maniatada por la oligarquía. El proceso electoral de 2006, no sólo nos resume como experiencia el fraude, sino la amalgama de intereses que detrás del escenario coadyuvan con singular meticulosidad por impedir un sendero distinto al que beneficia al dichoso cuarto poder que nos domina.
La democracia representativa no funciona por dos razones fehacientes, en primera instancia, no fomenta la justicia y representatividad a través de sociedades dispares, inequitativas e ignorantes, pues predomina la influencia directa de grandes intereses que persiguen asiduamente la decisión individual y también colectiva de gremios que simplemente los lleve a preservar el poder.
La segunda razón es que una vez truncada la estrategia de dominio sobre el voto, el fraude es artífice inminente para conservar el “estatus quo” que delibera en nuevamente, la decisión de unos pocos.
Sea por ignorancia o por esgrimir contra el resultado final, la concatenación de intereses de una minoría poderosa es un lazo que estruja a la democracia y que no le permite siquiera ser lo que su semiótica nos refiere.
“Gobierno del pueblo para el pueblo, o lo qué es actualmente, gobierno de la minoría a través de la mayoría”.



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